Casiano López Pacheco
In memoriam
El Álferez Robles Alés se había levantado con barba de tres días y los cojones hinchados. La vida en el Cortijo del Marrufo- a pesar de ser una finca preciosa, repleta de alcornocales y casi paradisíaca por el entorno- no le estaba resultando agradable, allí, perdidos en una ladera que lindaba entre Cádiz y Málaga. Quizás porque comenzaba un nuevo otoño que presentía incierto y agitado. A lo mejor, porque consideraba que no correspondía a sus galones de militar cuajado.
Mientras se frotaba la barbilla con la que se podía encender un pitillo recordaba ensimismado entre las volutas de humo de su cigarro recién encendido, que no había recalado a su posición actual porque nadie le hubiera regalado nada. El día menos pensado ascendería a teniente. Cualquiera no estaba capacitado para haber demostrado el cupo de valor, las dotes castrenses y la absoluta falta de escrúpulos que él no tuvo dudas en cumplir en la sangrienta toma de Algatocín, en la Barriada de la Estación o su participación en la toma de Casares donde dejaron tras de sí esparcidos por el suelo una cantidad de muertos espeluznantes.
Por eso, la misión de apoderarse del Marrufo, el último enclave de los republicanos en la provincia- los putos demonios rojos- constituyó un honor y una empresa digna de su persona. Apoyado por sus falangistas y tres columnas más venidas de otros puntos cercanos- y contando con la ayuda inestimable de la aviación- por fin y no sin dificultades se hicieron con aquella zona- donde aproximadamente calculaban podrían haberse refugiado entre mil y dos mil personas, vecinos de los pueblos colindantes que habían buscado aquel paraje huyendo del avance de las tropas sublevadas, creyendo que estarían seguros por un tiempo- al menos el suficiente para poder organizarse y plantar batalla aprovechando la orografía del terreno, ideal para asaltos y escaramuzas por sorpresa.




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