ApuntaNoticias – 14/08/2012 – J.M. León Moriche
Pinochet en el entierro de Franco. Era la esencia del mal. El Diablo hecho carne. Para quienes cumplíamos 18 años al comenzar la década de los ochenta y despertábamos a la consciencia política, la foto del dictador chileno en Madrid era la maldad personificada.
Era una foto en blanco y negro. Pinochet está sentado, vestido de militar y cubierto con una capa gris. Ligeramente inclinado hacia atrás, mira desafiante a la cámara. Tiene el gesto arrogante y soberbio de quien se siente todopoderoso, satisfecho con los crímenes cometidos y seguro de su impunidad. La foto aparecía en un periódico de la época cada cierto tiempo. Cuando alguien escribía a propósito de las últimas atrocidades del bárbaro latinoamericano: Una bomba que mata a un ex ministro de Allende en un atentado preparado con la ayuda de la CIA en Washington, unos estudiantes de bachillerato que son rociados con gasolina y luego quemados vivos, unos dirigentes sindicales que aparecen degollados… Este tío es peor que Franco, decíamos entonces al calor de estas noticias, ignorantes e ingenuos.
Es julio de 1990. Menos de dos años después del referéndum en que el pueblo chileno le dijo no a la dictadura, un grupo de mujeres espera al borde de la carretera que une Calama, donde está la mina de cobre a cielo abierto más grande del mundo, con San Pedro de Atacama, pequeño pueblo turístico pegado a Los Andes. Un grupo de arqueólogos está excavando una fosa común en pleno desierto, donde se ha hallado ya una decena de cuerpos de mineros fusilados por el Ejército tras el golpe de Estado de 1973. Las mujeres están abrazadas. Hace frío y el viento que baja de la cordillera es implacable. Pero el dolor las mantiene unidas. El dolor y la esperanza de hallar a sus hijos, padres o esposos desaparecidos. Son mujeres valientes. Hace menos de un año del restablecimiento de la democracia en Chile. Pinochet sigue siendo jefe del Ejército y senador vitalicio. Su espada aún sigue en alto, amenazando al pueblo chileno.




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